miércoles, 4 de febrero de 2009

Sólo de lo perdido, Carlos Castán

Reseña al final del libro:

«A veces es como un fogonazo. Lo ves y ya no lo ves. De repente el sueño de tu vida futura, la promesa hecha carne, está allí, detenida en un semáforo, con su mirada melancólica, el vestido gris, las medias de cristal.»
Los relatos de Carlos Castán distan mucho de ser perfectos, de técnica precisa y mecanismo ajustadísimo, esos cuentos que suelen acabar diseccionados y sin vida en las escuelas de escritura. Las historias de Castán sangran, están llenas de jirones. Castán escribe de personajes descolocados, sin mapas ni brújula. Tipos que escapan de repente en busca de lo que hubiesen podido ser de haber sido otros; que mueren mucho antes de morirse. Escribe de la cara y la cruz de la soledad, de tardes vacías, carreteras, planes y sueños, y del final del viaje y el anhelo de paz. Escribe de gentes que pierden trenes y también de los que se resisten, a pesar del cansancio, a los días repetidos. Escribe de la sed de intensidad, de cómo la libertad llena de arañas la conciencia y de cómo mantener a raya el miedo. Castán escribe con verdad, como si dejara constancia del eco de nuestros pasos por el mundo y consigue, para bien y para mal, que sus páginas acaben devolviendo a quien las lee una imagen esencial que reconocemos como propia.«Aquí está de nuevo Carlos Castán con su universo avasallador y a menudo insoportable porque nos deja temblando, al límite del precipicio, doloridos.» ANTÓN CASTRO

Mi opinión: tenía ganas de leer algo de Castán, del que había oído hablar, junto con Gonzalo Calcedo, por su fama de relatista español de éxito. En este libro se reúnen una colección de textos que tienen, como mínimo, el mérito de no dejar indiferente. Los mejores, para mi gusto, son "Las visitas", "A veces un fogonazo" (premio Villa de Murchante 2007), "Todo tan secreto" y "Mata un desdén". Algunos no son relatos propiamente dichos, sino bellas descripciones de raro lirismo (el punto fuerte de Castán, que explota con provecho), y la mayor parte tienen un argumento no muy definido. Pero leer a Castán es un placer, un disfrute para los amantes de las metáforas. A veces, sólo a veces, nos conformamos con eso.

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