Una joven narra su relación con la muerte (y, por lo tanto, también con la vida) tras la desaparición de su madre y posteriormente de su hermano pequeño. Éste es el punto de partida de Nieve y silencio, la obra con la que David Lorenzo Magariño se hizo merecedor del XXX Premio de Novela Corta «Gabriel Sijé». Aunque es la primera novela que publica, no se trata de su primera incursión en este género, pues este autor, de veinticuatro años de edad, ya en 2004 fue finalista del premio «Ateneo Joven de Sevilla» con otra de sus obras. Lo habitual en estos casos suele ser destacar el hecho de que alguien tan joven haya sido capaz de escribir una novela tan madura. Nieve y silencio es un claro ejemplo de ello, si bien el mérito principal del libro no es la juventud de su autor, sino el conjunto de aciertos que ha sabido reunir en él (a saber: una cuidada estructura, la creación de unos personajes atractivos o el tono contenido que se mantiene durante la mayor parte de la historia). Resulta curioso comprobar, sin embargo, cómo en ocasiones la madurez de una novela reside precisamente en la carencia que tienen sus personajes de la misma. Esto es lo que ocurre en Nieve y silencio, donde la protagonista está inmersa en los vaivenes propios de la adolescencia, la madre vive amarrada a su sufrimiento, y el padre, ensimismado en su fe, adolece de un exceso de ingenuidad. La tía Ruth, por su parte, necesita trasladar la abstracción de sus cuadros a su vida. Y como parece claro que la sensatez no siempre acompaña a los años, es Israel, el niño, quien muestra mayores dosis de ésta a pesar de vivir (o quizá debido a ello) en su particular mundo onírico. Él es el único que acepta la muerte, la propia y la ajena, convirtiéndose en el punto de referencia de las reflexiones de su hermana, que se servirá de sus recuerdos para crecer y reconciliarse consigo misma.Nos encontramos así con un brillante relato sobre las diferentes formas que tenemos de enfrentarnos al irremediable encuentro con la muerte, y que, al igual que sucede con la protagonista, tiene el don de reconciliarnos con el lado menos amable de la vida. Narrado con una prosa fluida y salpicada de ingeniosos guiños («¿Y quién la ayudará ahora a ir al baño?», pregunta el niño cuando su madre fallece), Lorenzo Magariño ha sabido aunar en esta novela una mirada piadosa hacia la debilidad y el dolor humanos junto con reflexiones (de corte existencial en su mayoría) llenas de lucidez, como la necesidad que siente la joven «de servir de tapón en alguna gotera del mundo», de llenar un hueco que de quedar vacío provocaría cambios en la vida de los otros. Del mismo modo, la novela está envuelta de sutiles claves líricas que definen las relaciones entre los diferentes personajes. Finalmente nos queda el “silencio” que recorre cada página y que, como afirma la protagonista, «es la última defensa» frente a «las palabras y los recuerdos», que «cortan y hieren».
Mi opinión: no es objetiva, conocí a su autor. Tristemente él falleció el 1 de mayo de 2007. Pero su novela es magnífica, asombrosamente buena teniendo en cuenta que la escribió con 23 años.
Mi opinión: no es objetiva, conocí a su autor. Tristemente él falleció el 1 de mayo de 2007. Pero su novela es magnífica, asombrosamente buena teniendo en cuenta que la escribió con 23 años.
No hay comentarios:
Publicar un comentario